Albayzín, Alhambra, Historias de un jardín, Sin categorizar | 16 - junio - 2015
De cómo descubrí un jardín con encanto y se detuvo el tiempo.
Tras un paseo por la Carrera del Darro subo por la calle Bañuelo y tras echar un vistazo de desesperación al Maristán asciendo hacia la Placeta del Cobertizo, al pasar, como siempre, siento el frescor del agua de su fuente en mi mano. Sin que se haya secado todavía atravieso la entrada del Carmen El Trillo y subo las escaleras.
Al abordar el último escalón inundan mis sentidos los olores y fragancias del jardín. La mirada se me pierde en su exuberancia de su encanto y con paso lento y relajado me siento al fondo, al lado de la fuente de pared con cabeza de león.
Sólo oigo el agua al caer desde sus fauces al pilar y cuando alzo la cabeza la veo, imponente, altiva y majestuosa. La fortaleza roja, testigo de la evolución de la ciudad de Granada desde hace muchos siglos, me observa.
Me relajo mirando fijamente a la Alhambra, examinando las Torres y Murallas e imaginando cómo era la vida en la ciudad palatina hace ochocientos años y cómo verían los habitantes del Albayzín a los moradores de la fortaleza y los palacios nazaríes.
Imagino a los soldados de la Alcazaba haciendo la ronda y a los vigías mirando al horizonte de la vega desde la Torre de la Vela atentos para defender un Reino poderoso en un tiempo y acosado en sus postrimerías.
Veo a los Emires y su corte pasear por las huertas y jardines del Generalife y a los alfareros y yeseros trabajando para engrandecer una construcción eterna.
El olor de las plantas del Carmen me transportan al patio de los Arrayanes y al Partal sintiendo la fragancia mientras el sol curte mi piel.
No encuentro razón alguna para moverme de aquí.
El tiempo se detiene…